Domingo XXX del T.O. (C) (23 octubre 2013)

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fariseopublicano

Lc 18: 9-14

Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola:

Al Señor le gusta hablar de los problemas reales que afectan al hombre. Uno de ellos es la soberbia. La soberbia nos hace considerarnos a nosotros mismos como justos y perfectos. En cambio los demás son mentirosos, injustos, malvados, pecadores...

«Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias."

Esta forma de ser puede afectar incluso a nuestra oración, lo que hará que nuestra plegaria no sea escuchada por Dios. Una de las primeras condiciones que ha de cumplir la oración para que sea escuchada es la humildad del que reza. Es decir acercarse a Dios con sencillez y arrepentimiento. ¡Le tenemos que pedir perdón por tantas cosas!

Parece ser que el fariseo se consideraba a sí mismo como justo, y al mismo tiempo despreciaba a los demás. Más que orar a Dios lo que hacía era ensalzarse a sí mismo.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!"

¡Qué diferente la actitud del publicano! El es humilde. Se reconoce a sí mismo tal como es: un pecador. Se acerca a Dios pidiendo misericordia y perdón.

Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

Esa es la actitud que hemos de adoptar siempre en nuestras relaciones con Dios, y también con los demás. El soberbio y el altivo suelen ser rechazados; en cambio, el sencillo y el humilde tienen el poder de abrir el corazón de los demás y suscitar en ellos la comprensión, el perdón y el amor.

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